El debate sobre la creación
Por Luis Alberto Franco
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Noticias encontradas sobre la discusión acerca del origen de la vida y del hombre vienen desde distintos Estados de los Estados Unidos de América. Por un lado el titular de un diario señala: “Derrota para los cristianos conservadores en Estados Unidos por la teoría de la evolución” e informa que “Un juez de Pennsylvania […] declaró el 20 de diciembre, inconstitucional la enseñanza en las escuelas públicas de la biología según la teoría del ‘diseño inteligente’ que, contrapuesta a la teoría de la evolución, sostiene que el mundo tuvo un origen divino”. En otra información, se indica que: “…la poderosa derecha religiosa de Estados Unidos, obtuvo una importante victoria […] en el estado de Kansas, donde las autoridades educativas decidieron hacer obligatoria –junto a la teoría evolutiva de Charles Darwin– la enseñanza de la hipótesis ‘creacionista’, o de ‘diseño inteligente’, inspirada en una interpretación literal de la Biblia”.

Por otra parte, según el texto de una nota aparecida en The New York Times, reproducida por La Nación, de Buenos Aires, el día 20 de enero, dice: “… el periódico oficial del Vaticano [L’Oservatore Romano] publicó un artículo en el que calificó de correcta la reciente decisión de un juez de Pennsylvania, que establece que el diseño inteligente no debe enseñarse como alternativa científica a la evolución”. Citando a Fiorenzo Facchini, profesor de biología evolutiva de la Universidad de Bologna, el importante medio que suele reflejar la opinión de la Iglesia Romana, expresa: “Si el modelo propuesto por Darwin no se considera suficiente, debemos buscar otro. Pero desde el punto de vista metodológico no es correcto desviarse del campo de la ciencia cuando se pretende hacer ciencia […] eso sólo crea confusión entre el plano científico y los planos que pueden ser filosóficos o religiosos”.

Desde esta columna hemos tratado de fijar posiciones sobre las insalvables dificultades que presenta la enseñanza de determinados temas en la escuelas públicas financiadas por un universo de contribuyentes que pueden objetar aproximaciones por razones de creencias o, mejor dicho, espirituales o de conciencia. El caso de la evolución o del denominado diseño inteligente constituye un claro ejemplo. Pero nos parece muy relevante el aporte que L’Observatore Romano y otros pensadores cristianos, han realizado para delimitar más precisamente lo que se considera.

Es evidente que se puede aproximar a las preguntas sobre el origen de la vida y lo existente desde por lo menos tres avenidas, a saber: 1) La científica, 2) La filosófica y 3) La teológica.[1]

La ciencia

La misión de la ciencia y el científico es clara: deben intentar explicar paso por paso sujetándose a métodos científicos que los llevan a considerar la secuencia empírica de antecedentes y consecuentes. El científico asume por lo general una postura mecanisista que se esfuerza por explicar que una suerte de energía material o combinación de energías materiales son las causantes de la vida, deduciendo que en definitiva el ser viviente no es más que una máquina, compleja, pero máquina viviente al fin. Como si analizara un reloj, el científico, siguiendo leyes de la física, la química y la biología, explica los funcionamientos y ensaya teorías sobre sus orígenes; paradójicamente, en el caso del reloj –o las máquinas por él conocidas y cercanas–, sí sabe que son resultantes de la acción de una inteligencia: La inteligencia humana.

Hay algunos que sostienen esquemas teóricos distintos; así el denominado vitalismo argumenta que la existencia de innumerables causas mecánicas parecen estar dirigidas hacia el organismo por un factor que las lleva a operar en forma coordinada en su beneficio. Esta línea sugiere que hay un principio vital que de algun modo dirige todas las operaciones con fines específicos. El mecanisismo dice que el ser viviente es un mecanismo complejo, y el vitalismo, en su punto más extremo, acepta lo mismo, agregando que a eso se le suma un principio director de sus actividades.

El vitalismo es rechazado por renombrados hombres de ciencia, porque dicen que el recurrir al principio vital es renunciar a la ciencia para ingresar en la filosofía, modestamente estimamos que desde el estricto punto de vista de la ciencia, tienen razón. Sin embargo, es importante señalar que el biólogo se encuentra muy incómodo al percibir un fin cooperativo en las operaciones mecánicas que observa, un fin que los filósofos suelen llamar inmanente y que puede enunciarse como la finalidad intrínseca de los seres vivientes. Al científico, constreñido por la propia metodología, le es muy difícil explicar la totalidad del funcionamiento orgánico, es decir por qué el todo en materia de “lo viviente” es mucho más que la suma de las partes que sí puede razonar. Sin embargo, muchos afirman que las dificultades de la biología serán resueltas enteramente por los métodos de la ciencia en algún momento, en realidad tal aserto supera la ciencia y resulta una especulación de ribetes filosóficos. Resumiendo: El científi

co sólo “puede atender” a los factores empíricamente –basados en su experiencia e investigación– comprobables y, si ensaya algo más allá deja de hacer ciencia.

La filosofía

Dijimos que el científico está compelido a la suma de innumerables acontecimientos dispersos en el espacio o en series continuas a través del tiempo que pueden ser explicados por las leyes de la física, la química y la biología, pero la causalidad que obra en la vida y la evolución exige caminos de reflexión diferenes, es allí donde interviene el filósofo.

Al abordar la cuestión desde la filosofía, J. F. Donceel señala: “[… L]os filósofos debemos distinguir un doble nivel de causalidad. Estos niveles han sido denominados de diversas maneras […] El filósofo estudia la totalidad, el todo, y descubre en él la influencia de una causa más alta, inteligible, que explica las tendencias de largo alcance, sin la cual estas tendencias, aunque específicamente justificables, permanecerán ininteligibles […] El científico que atribuyera al influjo de la causa inteligible un fenómeno difícil de explicar, ya no se comportaría como científico, habría abandonado el método propio de la ciencia.”[2]

La teología

Hemos preferido utilizar la palabra teología para sintetizar en ella la aproximación a la pregunta sobre la vida desde el denominado ángulo del diseño inteligente o creacionista.

La teología[3] no busca responder a las preguntas que se hace la ciencia ni a las formuladas por la filosofía. En el caso que tratamos, la teología trata de las relaciones de Dios con el universo, y es habitual la extensión de su objeto de estudio a todo el ámbito de lo que denominaremos genéricamente, religión.

Varias religiones sostienen que la creación es obra de un ser superior.

Más específicamente, la Biblia nos dice que Dios creo todo lo que existe y que también creó al hombre “… a su imagen … varón y hembra los creó…” –teología revelada–. En eso creemos los cristianos. La Biblia no es un tratado científico ni tiene el propósito de explicar los pasos dados con precisión atómica; la Palabra de Dios tiene el propósito, en breve reseña, de brindarnos una explicación general sobre los orígenes de todo conforme a un plan más vasto. El objetivo fundamental de Dios fue crear seres santos y sin mancha para sí mismo (Efesios 1:4) y la Palabra alcanza al hombre el plan de Dios que, lo sabemos por fe, no quedará frustrado. Ahora bien, concentrándonos en el relato creacional vale la pena citar a Jack B. Scott: quien dice: “El verbo usado para ‘crear’ es una palabra que únicamente aparece en las Escrituras teniendo a Dios por sujeto y quiere significar únicamente la labor divina que trae a la existencia aquello que antes no existía”.[4]

Respecto al resto de los temas, la propia Palabra de Dios dice en Deuteronomio 29:29: “Las cosas secretas pertenecen a Dios; más las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley”. Es decir que los cristianos deberíamos responder al para qué y el por qué fuimos creados desde lo que creemos, con la cautela de comprender el propósito esencial de lo que Dios quiso comunicarnos, esto es, reiteramos, su plan para con el hombre; además, debemos reflexionar con extrema atención sobre las exposiciones de las distintas disciplinas, los propósitos de sus afirmaciones y sus consecuencias morales.

Desde la Iglesia

La Iglesia, más que luchar por lo que se enseña en las escuelas públicas, debe profundizar su misión, debe meditar respecto de su eficacia en la comunicación de las verdades que la sostienen.

Hay algo que todo intelectual de verdad sabe: la característica más destacada del conocimiento humano es su precariedad y que, por lo tanto, lo que hoy se tiene por cierto será seguramente desechado al surgir nuevos enfoques, provisionales a su vez, en una sucesión que si bien está y estará jalonada por innumerables aplicaciones que evidencian importantes progresos materiales, será siempre infinita e inasible. La contrapartida a los fenomenales avances de la ciencia es la expansión de lo que se ignora en una magnitud aún más fenomenal.

La mayoría de los científicos admiten hoy algún tipo de evolución; sin embargo, no hay certeza sobre su explicación, sobran las lagunas. Debemos, con prudencia, reparar en estos aspectos y preparar a nuestros jóvenes y niños para que no sean sorprendidos. Nuestro genial Sarmiento decía que “…todo problema es un problema de educación…”. Educar como Iglesia es más laborioso y requiere perseverancia, pero es también infinitamente más útil, cristiano y permanente que la lucha política y el lobby.

Entre los científicos y filósofos hay también creyentes, es decir hombres y mujeres que están en este mismo momento aportando su materia gris para el avance del saber posible; usemos su capacidad para poner cada cosa en su lugar. Afirmar que una teoría es un hecho, tal como hacen muchos evolucionistas[5] –o primates superiores, tal como ellos mismo piensan al hombre– es tan obcecado como no admitir la evolución dentro de los límites de una especie definida. Con inteligencia, sin ridiculizar nuestras creencias y comprendiendo las particularidades de cada uno de los campos descriptos, asumamos un rol formativo en un debate que también puede darnos la oportunidad de presentar el evangelio de salvación.
1 Teilhard de Chardin, Pierre, traza caminos que se pueden apreciar como bisectrices entre estas áreas, y su aporte ha sido interesante desde una perspectiva evolutiva.
2 Donceel, J. F., Antropología filosófica, Ediciones Lohlé, Buenos Aires, 1969, p. 59.
3 Utilizamos la palabra teología con grandes reservas; quizá en el futuro debamos analizar el objeto de estudio de esta disciplina con más detalle.
4 Scott, Jack B., El plan de Dios en el Antiguo Testamento, Editorial Unilit, Miami, Fl. 2002.
5 Ver buena parte de lo evolucionistas de cuño dar- winiano y a los que sin tomarse el tiempo de leer asumen teorías como verdades probadas. Ver también al propio Darwin en su obra “El origen del hombre” al abordar la creencia en Dios (p. 45 y siguientes) y otros comentarios (pp. 77, 146, 147, entre otras, edición de la Sociedad Editora Latino-Americana, Buenos Aires, 1958).