El cambio de sexo
Por Dr. Roberto Bedrossian
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I

El diario “La Nación” publicó recientemente (4/10/05) que en Córdoba los padres de un joven de 15 años de nombre Marcos, aunque él prefiere ser llamado Nati, se presentaron ante la justicia apelando el fallo que en primera instancia les había negado la autorización para que su hijo pudiera “cambiar de sexo”. El diario informa, además, que el joven “concurre a una escuela de Villa Dolores, en las sierras cordobesas, donde comparte el baño y las clases de gimnasia con las chicas. ‘Lo que más quiero es ser una mujer completa...y ser feliz’, dijo a La Nación. Sus padres son un médico de 50 años y una docente de 45. Marcos tiene el pelo rubio, se pinta las uñas y usa anillos y aros. Sus modales son femeninos. ‘Soy una mujer y me gustan los hombres, con todas las letras, como a cualquier mujer heterosexual’, declaró”. Además, el matutino publica la opinión del psicoanalista Pablo Abadi, quien afirma: “para que una situación como ésta se presente, es necesario que alguien se la geste. Siempre los gestores de estas situaciones son los padres, o bien traumas precoces, como violaciones”.
Dos días después, el mismo periódico se refirió al caso de una mujer que “cambió su sexo” en Chile, país donde este tipo de cirugía no necesita autorización judicial; posteriormente, logró que en Córdoba se le reconociera una nueva identidad, con la que pudo casarse con una mujer, y actualmente él “matrimonio” (sobre éste término nos referiremos luego) gestiona la adopción de una criatura. En el mismo ejemplar se informa que Diana, un travesti, desea quedarse en la cárcel, aun después de cumplir su condena (asesinato de una ex pareja y venta de drogas), para no separarse de su nueva relación amorosa.
Pocos días después (11/10/05), el prestigioso matutino consigna que un grupo de jóvenes había hecho objeto de burlas y escarnios a Nati y a sus padres, actitud lamentable, que sólo se explica porque los autores sin duda desconocen cuánta angustia puede existir en esas circunstancias. En su editorial del 16/10/05 volvió a ocuparse del adolescente cordobés, impugnando la actitud parental de hacer públicas cuestiones íntimas del menor.
El travestismo ha dejado de ser un tema tabú y ya está casi en camino a un exhibicionismo morboso, como suele suceder, por ejemplo, en los medios televisivos.

II

Vamos a hacer hincapié en los aspectos biológicos relacionados con el tema. Vivimos tiempos en que, en aras de la ideología, se trata de imponer conceptos reñidos, no sólo con la moral cristiana, sino también con la biología: por ejemplo, se intenta reiteradamente –y con toda probabilidad se logrará- implantar la enseñanza en las escuelas de que no son dos, sino varios los géneros sexuales, que no dependerían de la biología sino de las elecciones personales, resultantes del modo como niños y adolescentes vayan descubriendo y decidiendo su sexo, lo cual es sumamente preocupante, porque se pretende imponerlo desde edades muy pequeñas, es decir, en etapas formativas en que las mentes son altamente maleables, más propensas que a cualquier otra edad a la sugestión y a las fantasías, ya de por sí tan relacionadas con la sexualidad. De acuerdo con esta postura ¿cuántos géneros existirían? ¿y cuántas variedades dentro de cada género? ¿llegará el día en que condiciones como el sadismo, el masoquismo, el voyeurismo, el fetichismo, el bestialismo sean considerados variaciones y legítimas elecciones personales? ¿y qué sucederá con la violación, la paidofilia o la poligamia? ¿cómo y dónde se establecerán límites entre lo normal y lo patológico, entre la biología aséptica y la biología ideologizada?
Tratar el “cambio de sexo” desde el punto de vista biológico tiene una triple ventaja: 1) evitamos que ideólogos autodenominados progresistas, en lugar de la discusión científica, acudan a argumentos ad hominem y afirmen que la oposición proviene de mentes retrógradas, ancladas en oscurantismos superados, propios de personas que se han practicado algo así como la taxidermia de sus intelectos; 2) evitamos posibles represalias legales, pues los campeones de la no discriminación retórica suelen transformarse en inflexibles discriminadores ; 3) nos instalamos en el terreno firme de la biología, pues si bien el tema tiene connotaciones psicológicas, sociales, éticas, religiosas, etc., los hechos biológicos son primarios e insoslayables. Que un hombre quiera ser mujer o una mujer quiera ser varón, allá cada cual con sus preferencias, pero resulta inadmisible que se pretenda evadir o tergiversar los hechos biológicos. El travestismo implica un alto grado de subjetividad, en tanto las realidades biológicas son implacablemente objetivas. Digámoslo ya con todas las letras: se puede con cirugías, prótesis, hormonas y cosméticos cambiar la apariencia del sexo, pero no se puede cambiar el sexo. Un hombre puede adquirir la apariencia femenina, pero nunca producir óvulos; una mujer puede llevar prótesis que remeden los testículos, pero no elaborar espermatozoides; el hombre castrado bilateralmente no podrá nunca más fecundar, la mujer sin ovarios no podrá embarazarse, por lo que no sólo no se tiene un nuevo sexo, sino que se sufre una pérdida de la capacidad del propio sexo asignado por la naturaleza.. Por eso resulta un absurdo semántico y biológico referirse como matrimonio a las uniones de estas personas, porque dicha palabra deriva del latín mater, matris, y de ella proviene también maternidad, lo que precisamente resulta imposible en estos casos.

III

Resulta conveniente que nos refiramos a algunas condiciones que a primera vista parecerían presentar algunas semejanzas superficiales con el travestismo.
1) Hermafroditismo verdadero . Se trata de casos rarísimos, que se producen quizás en el orden de uno en 100 millones o más de nacimientos, en los que, por un trastorno genético, la persona resulta portadora de las gónadas de los dos sexos. El tratamiento consiste en conservar la gónada dominante y eliminar quirúrgicamente la restante, complementándose con psicoterapia.
2) Seudohermafroditismo. Constituye un cuadro patológico también excepcional, en el que, si bien existe una sola gónada, por trastornos genéticos y hormonales, coexisten caracteres secundarios del otro sexo; se trata con cirugía reparadora y psicoterapia.
3) Virilización en la mujer o feminización en el hombre. Se producen por problemas hormonales (un ejemplo sería el de la mujer barbuda del circo, que también puede serlo del caso anterior).
4) Ginandromorfismo. Este cuadro, que no existe en los mamíferos y, por lo tanto, tampoco en los seres humanos, puede aparecer patológicamente, por ejemplo, en algunas aves, en las que una mitad del cuerpo posee gónadas masculinas y los caracteres secundarios correspondientes, y la otra mitad las gónadas y caracteres femeninos: se trata, pues, de un hermafroditismo parcelar.
5) Homosexualidad. Se trata de personas sin alteraciones anatómicas, pero que sienten atracción sexual por otra del mismo sexo, es decir, existe una discordancia entre el sexo biológico y las preferencias sexuales. Algunos homosexuales son bisexuales, es decir, homo y heterosexuales.

IV

Desde el punto de vista biológico, el sexo está definido por partida doble: primariamente, está determinado por la presencia de las gónadas (órganos reproductores) correspondientes: testículos en el hombre y ovarios en la mujer. También se los puede llamar caracteres sexuales primarios, porque, además de producir los gametos (las células germinales, es decir espermatozoides y óvulos) generan, por las hormonas que segregan, los caracteres sexuales secundarios (configuración corporal, masa muscular, mayor cintura acromial en el varón y mayor cintura pelviana en la mujer, timbre de voz, distribución del vello corporal, etc.). Ahora bien, si a un varón adulto se le practicara la castración bilateral como en la antigüedad se hacía en los guardianes de los harenes, ¿dejaría de ser hombre? No. Aunque se producirían algunos cambios físicos atenuados por la secreción de hormonas masculinas (andrógenos) de las glándulas suprarrenales, en cada una de los billones de células que componen el cuerpo humano está impreso el carácter masculino, como el femenino en la mujer. Cada una de las células humanas contiene 46 cromosomas, de los cuales 22 pares determinan los diferentes órganos corporales, en tanto el vigésimo tercer par confiere la identidad sexual. Así, el varón billones de veces en cada una de sus células tiene el sello genético de identidad sexual, en el que se lee HOMBRE, HOMBRE, HOMBRE; la hembra, billones de veces MUJER, MUJER, MUJER. No hay cirugías, prótesis, hormonas y cosméticos que puedan modificar estos hechos: el llamado “cambio de sexo” es una impostura, un disfraz, una fantasía, una ilusión, literalmente un disparate; tan es así, que comúnmente no se pide al juez “cambio de sexo”-lo que convertiría al juez en un taumaturgo-, sino una “reasignación sexual”. Si algún día se quisiera clonar un travesti –supongamos un varón travestido en mujer-, el clon será invariablemente un varón, porque dicho travesti biológicamente sigue siendo hombre, aunque a veces tan bien disfrazado que puede haber adquirido el aspecto de una mujer deslumbrante.

V

¿Qué significa en la esfera de la moral el actualmente llamado progresismo? Es literalmente una regresión al paganismo precristiano, con las lógicas diferencias de matices que imponen los veinte siglos de distancia .
El travestismo no es la excepción. Pruebas al canto: la vida amorosa y sexual de Nerón fue extremadamente compleja; así, antes de quedar bajo la tutela de Séneca, fue educado en su infancia por un bailarín y un peluquero, ambos aparentemente homosexuales; su madre Agripina, no sólo lo inició sexualmente, sino que para encumbrarlo políticamente lo comprometió con Octavia, la hija del emperador Claudio, casándose cuando ella tenía trece años y Nerón diecisiete (matrimonio que probablemente nunca se consumó en la intimidad). Mientras Séneca fue su consejero, Nerón rigió el imperio aceptablemente, pero luego, con las lisonjas palaciegas y sus delirios de grandeza, empezó a considerarse un sublime artista y un verdadero dios sobre la tierra. Vivió disipadamente: como todos los césares que le precedieron ( Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio), Nerón practicó desenfrenadamente las relaciones tanto homo como heterosexuales. Por fin pareció encontrar el gran amor en Popea Sabina, con quien contrajo matrimonio después de obligarla a divorciarse; sin embargo, una noche, al volver borracho de una de sus habituales francachelas y al ser recriminado por Popea, que estaba embarazada, en un ataque de ira le propinó un furioso puntapié en el abdomen, lo que ocasionó la muerte de la criatura y, poco después, la de la misma Popea. Uno de sus biógrafos relata así los acontecimientos posteriores: “A pesar de su duelo por la pérdida de Popea que el mismo había causado, Nerón buscó un sustituto para su amada esposa. Ninguna mujer pelirroja, dueña de piel blanca y opulentas formas estaba a buen recaudo del princeps. Sin embargo, el único ser que a sus ojos se aproximaba más al atractivo continente de Popea, fue nada menos que un hombre. Se llamaba Esporo y era un conocido homosexual.
“Con su consentimiento, Nerón hizo que lo castraran y practicaran una transformación de sus genitales. Se lo vistió luego con los ornatos de una emperatriz y nadie se maravilló de verlo pasar por las calles de la ciudad en una litera. Un magnífico cortejo integrado por vírgenes de honor, condujo al amado al palacio imperial sobre el monte Palatino, donde Nerón le impuso el rojo velo nupcial y –como informa Suetonio-consumó con él una solemne ceremonia. Presumiblemente, ambos vivieron como marido y mujer y cambiaban tiernos besos en público.
“A través de Tiberio, Calígula y Claudio, los romanos ya estaban acostumbrados a ciertas cosas, pero que precisamente Nerón en quien habían puesto sus mayores esperanzas, practicara las mismas perversiones, decepcionó a unos cuantos y pronto empezó a circular un jocoso estribillo: ´hubiera sido una bendición para la humanidad que Domicio, padre de Nerón, tuviera una esposa como la de su hijo’”

VI

Aunque la evaluación de una persona implica necesariamente la de sus acciones, los cristianos debiéramos diferenciar entre su valor infinito de cada persona como ser humano y su condición moral. En la Biblia encontramos valiosos conceptos que pueden servirnos de guía, de los cuales citaremos sólo cuatro: 1) La Biblia afirma la dignidad del cuerpo y del sexo como creaciones de Dios, en abierta oposición a todo tipo de dualismos, que consideran la materia como obra de otro creador malo o, por lo menos, inferior; 2) la Biblia no diferencia entre pecados sexuales y otros pecados estimados socialmente como de menor gravedad, como la ira o la codicia (véase la larga lista de Rom.1:18-32); 3) si bien la Biblia califica a todo hombre como pecador –criterio que implica la sexualidad, pero no sólo la sexualidad, sino la vida como un todo-, no lo hace exclusivamente para reprobarlo, sino también para llamarle la atención sobre el contraste entre su grandeza esencial como imagen y semejanza de Dios y su miseria actual; 4) enseña enfáticamente que convertirse al evangelio de Cristo no significa meramente adoptar una determinada creencia religiosa, sino comenzar una nueva manera de vivir, ya liberado de la pesada carga del pasado, que incluso puede haber sido caótico (2 Cor. 5:17; 1 Cor. 6:9-11).
Alguien nos dijo en cierta oportunidad: “Siendo todavía joven, antes de convertirme a Cristo, ya había cometido todos los pecados, menos matar”. Fue uno de los mejores hombres que hayamos conocido, hoy ya en la presencia de Dios.
Con una vivencia muy diferente, alguien manifestó: “El hombre que pude ser saluda con tristeza al hombre que soy”. En cambio, el creyente en Cristo, con humildad y gratitud a Dios, puede decir: “el hombre que soy saluda asombrado al hombre perdido que fui y al trágico hombre que pude ser”. Cualquiera fuera nuestra circunstancia, Dios es el que puede sacarnos “del pozo de la desesperación y del lodo cenagoso” (Sal.40:2).