¿El dios diez?
Por Marcelo Figueroa
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Las manifestaciones culturales, políticas y sociales de un pueblo ponen de manifiesto sus aspectos más nobles pero dejan ver también sus caras más oscuras. Las expresiones de religiosidad popular, desde luego no escapan de esa característica.

Reflexionado sobre ese particular, Ernesto Sabato escribió: “¿Qué ha puesto el hombre en lugar de Dios? No se ha liberado de cultos y altares. El altar permanece, pero ya no es el lugar del sacrificio y la abnegación, sino del bienestar, del culto a sí mismo, de la reverencia a los grandes dioses de la pantalla.”

Hoy vemos con asombro la facilidad con que se le pone el mote de dios a Diego Maradona, un sobresaliente ex jugador de fútbol que fuera del campo de juego ha errado la mayoría de los penales que le presentó la vida. Sin embargo hasta tenemos una iglesia “Maradoniana”.

Esto representa toda una pintura de nuestras tragedias nacionales y del cambalache ético y espiritual del cual son cómplice algunos medios de comunicación masiva en nuestro país.

Y desde luego, como todo dios del posmodernismo es polifuncional y acomodaticio. Por eso, no es de sorprender que en sus acciones y palabras se sienta con el derecho de bendecir presidentes en un reportaje televisivo (su nuevo templo) o insultar otro mandatario internacional en una peregrinación justiciera. No percibe en su “divina acción” que une en su unción y maldición a dos representantes opuestos en lo político pero iguales en lo moral, el totalitarismo y la violación de los derechos humanos. Con la omnipotencia de quien todo lo abarca, va de la política internacional a lo futbolístico, aplicando allí también bendiciones de inclusión de un jugador al seleccionado y excomunión de un futbolista del club argentino al cual pertenece.

Pero los dioses de estos tiempos también son utilitarios y descartables. Los seguidores (o aduladores obsecuentes) de hoy son caras diferentes pero en esencia iguales a los del pasado. Y la parafernalia mediática de hoy tiene en si misma el mismo germen de la autodestrucción que la que tuvo en el pasado. Lo triste es que esa autodestrucción arrastra inexorablemente al Diego ser humano, el cual me mueve todos los sentimientos de compasión y deseo cristiano de verdadera restauración y de vida plena pero real.

Si buscamos el génesis de esta “religiosidad”, la encontramos en aquel partido de fútbol disputado en México contra Inglaterra. Allí, Maradona al hacer el gol más extraordinario de la historia de los mundiales dio muestras de un don único que lo dotó su Creador. Pero quien es capaz de hacer semejante jugada, demuestra además que no tiene ninguna necesidad de hacer otro gol de manera ilegítima, con la mano. Son dos goles, uno genial y otro deshonesto, realizados con solo minutos de distancia. Pero lo más paradójico es que a éste gol indecente lo invoque como producto de “la mano de Dios” y no al otro, al extraordinario.

Jorge Luís Borges dijo «El argentino suele carecer de conciencia moral, pero no intelectual; pasar por un inmoral le importa menos que pasar por un zonzo». Seguramente por eso entendía que “a los argentinos no nos une el amor, sino el espanto”. El espanto de ver que a la mal llamada “viveza criolla” (eufemismo para denominar lo indecoroso) se la endiose mientras que a la verdadera mano de Dios se la excluya y menosprecie.

La Biblia dice “las obras de buenos y sabios están en la mano de Dios”. Pienso entonces en tantos compatriotas anónimos, que día a día, con dignidad, honestidad y caridad, dan muestras que la verdadera mano de Dios no se ha detenido y que la cara más hermosa de nuestra fe y religiosidad late en lo profundo de su corazón y eso me llena de esperanza. La otra “mano de dios” me avergüenza. ¿No le pasa a usted lo mismo?