El rol de la escuela, la familia y la iglesia
Dr. Raúl Scialabba - Abogado, empresario
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Sin duda la educación es hoy uno de los principales temas de debate, de preocupación y también de consenso en el mundo entero.

En el Foro Mundial de la Educación llevado a cabo en Dakar en el año 2000 – promovido por los principales organismos internacionales: UNESCO, UNICEF, PNUD, FNUAP y Banco Mundial, así como por agencias bilaterales de cooperación, gobiernos y ONGs- más de 160 países suscribieron el compromiso de trabajar para alcanzar, en un período de 15 años, la universalización de la enseñanza primaria, la alfabetización de los adultos, mejorar la calidad de la educación y lograr la paridad entre los sexos.

En los Estados Unidos, una de las primeras decisiones importantes del gobierno de Bush fue la sanción de una ley conocida como “No Child Left Behind” que no sólo garantiza la educación para todos sino que explicita que la educación es una de las principales funciones del estado y establece políticas para el mejoramiento de su calidad.

En Argentina, mientras que en los últimos años los dos problemas que ocupaban los primeros lugares en las encuestas eran la desocupación y la inestabilidad política, este año las prioridades se modificaron y el primer lugar es ocupado por la educación (32.6% de los jóvenes encuestados).

Todos, en alguna medida, hemos escuchado o hecho propia la siguiente frase “un país sin educación no tiene futuro”. Pero, ¿qué es la educación?, ¿cuál es el verdadero valor de la educación?

Según la Real Academia Española, educar es “dirigir, encaminar, doctrinar” o, en otra de sus acepciones “desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven…”.

La educación está fundada en la utopía, en el optimismo, y una de las principales dimensiones que presenta esta utopía es socio-política: piensa en una sociedad ideal, en un punto de llegada. La educación abarca tanto el desarrollar las facultades intelectuales y morales del niño o adulto como educar para la democracia, la libertad, la equidad, la tolerancia, el respeto, para el crecimiento y la vida en un mundo globalizado. Educar es ofrecer las herramientas necesarias para una vida autónoma y digna.

Educar es entonces una de las tareas más complejas e importantes y por este motivo no debe ser responsabilidad absoluta de la escuela y de sus docentes. Es necesario que recuperemos y fortalezcamos la alianza entre la escuela y la familia. Este vínculo debe basarse, necesariamente, en la confianza recíproca y requiere asumir conjuntamente la responsabilidad compartida y complementaria en la tarea de educar a los hijos.

Para mantener esta alianza, la escuela debe garantizar que la educación que ofrece es mejor a la que los padres pueden brindarle a sus hijos en el seno del hogar. Para ello, es necesario devolver a los maestros la legitimidad con la que contaban en el pasado: el docente era el lugar del saber. Parte de esta legitimidad se recupera limitando el trabajo que realiza diariamente. Hoy el docente enseña, cuida, contiene y da de comer. Es necesario dejar de delegarle tareas que no está preparado para cumplir o que simplemente forman parte de la esfera familiar y que no es aconsejable que la escuela y el Estado se adjudiquen.

Escuelas y familias deben restablecer los principios de su alianza pero no delegando en la otra parte sino basándose en la responsabilidad mutua sobre la educación de la infancia y la juventud. La familia ya no puede entregar a sus hijos a los educadores sin tomar parte activa en todos los aspectos de la formación de los hijos en tanto que las escuelas ya no pueden cerrarse sobre sí mismas y pensar que nada en el mundo ha cambiado.

En particular, para las familias cristianas, la formación de sus hijos en los valores del Evangelio se hace indispensable para un crecimiento armónico y complementario de la educación que la escuela le brindará.

En este sentido el papel formador de la iglesia cumple un rol trascendente, fijando un apoyo insustituible a los padres en la instrucción y capacitación de sus hijos.

Es necesario pues, que entendamos que un Estado fuerte en educación ya no es aquel que asume el rol de disciplinar y educar homogéneamente. Es tiempo de ofrecer mayor libertad a las comunidades educativas para construir estrategias educativas mejores y más adecuadas. Se trata de que tengan más poder las escuelas y las familias para avanzar en conjunto, exigiendo del Estado las herramientas que permitan generar respuestas frente a las nuevas formas de transmisión de conocimientos y valores.

Una nueva alianza donde la participación, la cooperación y la existencia de una “comunidad educativa” real y no meramente declarada, sustituyan el viejo modelo y permita que las escuelas y los educadores vuelvan a ganar legitimidad y prestigio en la sociedad.

La educación es un largo proceso. El acompañamiento mutuo de padres, escuela e iglesia, es la única manera de consolidarlo.