M-11, el mismo miedo, el mismo mal
por Luis Franco - Argentina
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Se llaman terroristas porque exacerban el miedo. Cuentan con ello. Si no generaran ese sentimiento de desasosiego y vulnerabilidad no serían terroristas. En Madrid mataron a centenares e hirieron a varias docenas más; destruyeron familias y afectos; sembraron el caos y recogieron la repugnancia; también, como un destello divino, se vio brillar la mano extendida del prójimo.

Nada es nuevo. Miles de veces se han dado las matanzas sin sentido; los exterminios planificados minuciosamente, el asesinato innominado. La sangre del tercero ha sido desde antiguo la unidad de medida de los más profundos y oscuros abismos del alma. No son desalmados, nadie lo es, pero las almas de estos artífices del terror están colmadas de odio y sus designios son evidencia de su morador. Causa o efecto, todo es subsidiario y consecuente.

El hombre ha avanzado en muchos campos. Sin duda, ciertos índices son mejores hoy que en el pasado. Pero el mal, el mismo mal, sigue allí, anida en el mismo lugar (Romanos 1:29). Las comunicaciones producen un contacto instantáneo con la realidad, la imagen llega a la retina con la vívida crudeza que lleva a ser testigos presenciales de actos espantosos; es como si Atocha fuera nuestra sala de estar y nuestra sala de estar, Atocha. La facilidad en la difusión y la artera variedad de latitudes en que se manifiestan las acciones de destrucción, hacen que el objetivo de aterrorizar esté como nunca al alcance de la mano criminal; y la tecnología, no solo ayuda a la comunicación de los hechos, también provee la sofisticación de inéditos medios para el eficaz aniquilamiento masivo. Es el mismo mal, pero tiene mejores recursos.

Debemos saberlo ya: por largos años viviremos en un medio en donde los atentados y la posibilidad cierta de la muerte estarán "a la vuelta de la esquina", y en tanto la naturaleza humana objeto del miedo no sea cambiada, se vivirá en la zozobra del terror permanente, probable prolegómeno de un leviatán ante cuyo control sucumbirán los derechos y garantías de todos. Los que estamos en Dios no debemos sucumbir por miedo ni resignarnos a aceptar sin examen las seguridades que nos proponen y nos propondrán; debemos comprender que el mal es el mismo mal de siempre y que su autor, la serpiente antigua, está sembrando el miedo sobre el limo cuidadosamente preparado de la negación y la falsificación de la existencia misma de Dios. Esto es lo que constituye el núcleo de la desesperación y allí fecunda el mal.

Repasemos un momento algunos de los varios pasajes de la Biblia. En Proverbios 1:33 Dios nos dice: "Mas el que me oyere, habitará confiadamente Y vivirá tranquilo, sin temor del mal". Más adelante, al referirse a la obediencia, en el capítulo 3:21 y versículos siguientes, la Palabra nos dice: "Hijo mío, no se aparten estas cosas de tus ojos; guarda la ley y el consejo, y serán vida a tu alma y gracia a tu cuello. Entonces andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no tropezará. Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás y tu sueño será grato. No tendrás temor de pavor repentino, ni de la ruina de los impíos cuando vinieren" (énfasis mío). Con Jesús, la paz y el dominio del miedo son parte de la naturaleza transformadora de su acción, San Juan nos alcanza las palabras de Jesús en su Evangelio: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo".

En verdad no se nos ha concedido la capacidad de abstraernos del sufrimiento del otro, antes debemos llorar con los que lloran, pero la empatía no es miedo ni la solidaridad indicio de terror. Por otra parte, exaltarse ante un hecho violento es un reflejo inherente a nuestra realidad neurobiológica, pero ese tampoco es el terror al que apelan los que están detrás de los desquiciados que detonan la muerte ajena -y a veces propia-; ellos dirigen sus acciones a la inseguridad última del hombre sin Dios, y a las reacciones concatenadas que se suceden a ellas.

La tragedia del momento que vive la humanidad no radica en que el mal sea -por así decirlo- más malo, sino en lo efímero de las bases sobre las que ha construido su "seguridad" y el miedo consecuente.