Sin dudas este es un tiempo del cual tenemos mucho que aprender.
Un tiempo en el cual Dios se sigue manifestando.
ace más de 2000 años atrás, los discípulos de Jesús
se preparaban para una Pascua que sería distinta
aunque ellos todavía no lo sabían.
Prepararon y acondicionaron todo de acuerdo a la tradición.
Es probable que en alguno de ellos todavía estuviera viva
la impresión de la increíble escena que tuvo lugar cuando
Jesús entrara triunfante en Jerusalén, es posible que su entusiasmo llegara hasta la mesa en esa noche, sin saber que
estaban a horas de que esa alegría se disipara por completo
y a 3 días de que sucediera el hecho más formidable de la
historia, la resurrección de Jesús, su líder y maestro, el Cristo.
Ya casi 2000 años después de aquel día, su iglesia se
aprestaba como entonces a celebrar la Pascua, claro que
no con el significado que tenía para el pueblo de Israel. No
conmemorábamos la salida de Egipto ni la salvación de los
primogénitos, sino que, agradecidos por aquellos hechos,
celebramos la redención de nuestros pecados por la muerte
del Unigénito Hijo de Dios, Jesucristo, y la seguridad de la
Vida eterna por su resurrección.
Pero, en aquel como en este caso, cada uno de nosotros,
discípulos entonces/iglesia hoy. ¿En qué estábamos poniendo el énfasis? ¿En los detalles de la celebración o en su significado? ¿En la forma y contenido de las actividades, (a lo
que no pretendo restarle importancia) o en el propósito de las
mismas?
No creo equivocarme si una vez más en los primeros meses de este año muchos fueron los momentos, reuniones y
esfuerzos destinados a la preparación de esta pascua. Las
habituales reuniones de la “Semana Santa”, los esfuerzos
evangelísticos, obras de teatro, campañas al aire libre o en
lugares cerrados, proyección de películas, números musicales, reuniones de coordinación ministerial, gestión de
permisos, gestión de los recursos, humanos y por supuesto
económicos… tanto esfuerzo…
Y no fue un gobierno, ni un ejército revolucionario,
ni fue guerra, sino un microscópico virus, una peste de
amplitud global que en unos pocos días inmovilizó al
mundo, cerró los templos, todo lugar de reunión, nos confinó
en nuestras casas, anuló nuestros “brillantes e iluminados
planes” aislándonos en nuestros hogares.
Descubrimos que el plan de Dios era otro. Debíamos dejar
nuestras ideas y preguntarle a Él qué quería que hagamos.
Él nos llamó a abandonar nuestros planes, sin atenuantes, y
ponernos en sus manos. ¿No es eso lo que decimos siempre
que hacemos?
Tuvimos que dejar de lado los bancos, el proyector, la asistencia perfecta al templo y buscar nuevas formas de conexión. Y digo nuevas no porque no existieran, sino porque
de ser “accesorios tecnológicos” se transformaron en “la
forma” de seguir siendo Iglesia, congregándonos para adorarle, para compartir su Palabra, para agradecer, para pedir.
Y se cerraron los templos, pero se abrieron las casas. Y
entramos en la cocina de Juan, la biblioteca de Carlos, en
la cocina de Luis, y Maria pudo compartir con Laura quien
además sumo a Susana y casi sin darnos cuenta estábamos
nuevamente comunicados, adorando, estudiando la Palabra,
compartiendo la “cena del Señor”, y no solo se multiplicaron
los expositores de la Palabra, también se multiplicaron los
que la recibieron y la gloria de todo esto la recibió Dios, al fin
y al cabo era un plan nacido de su voluntad que es agradable
y perfecta (Ro 12:2).
La tecnología que solía aislarnos sirve en este tiempo para unirnos, el lugar remoto inaccesible desde el
pulpito, fue alcanzado desde el living, tal vez sin tanta
“producción”, pero con todo el poder de la Palabra de
Dios, la semilla es esparcida y a su tiempo dará su fruto.
Está claro que la presente es una situación de emergencia, que nada supera el abrazo estrecho del hermano; que la
presencia física para compartir alegrías y pesares propios de
la vida no es reemplazable por una pantalla, sin embargo, en
este tiempo pudimos comprobar que el servicio de una congregación no se encuentra solamente entre paredes del templo sino a partir de allí y hasta lo último de la tierra (Hch 1:8).
Es difícil hoy imaginarnos hoy un mundo sin Covid-19,
pero esta pandemia pasará. ¿Qué pasará entonces con nosotros, y con la iglesia?
¿Será simplemente una anécdota en nuestra vida o esta
experiencia nos dejará alguna enseñanza?
¿Qué hábitos incorporaremos o dejaremos de lado pasada esta epidemia?
¿Adquirirá la palabra prójimo un significado más profundo
y significativo en nuestra vida?
Son solo preguntas y podríamos hacernos muchas más,
sin duda Dios tiene, un propósito para esta crisis mundial y
nos recuerda que para Dios no hay acepción de personas: (Ro
2:11) el poderoso, el humilde, el fuerte, el débil, el joven, el
anciano, cualquiera puede ser afectado por el virus y todos,
absolutamente todos necesitamos de un Salvador, Jesucristo
que por su muerte en la cruz pagó por el perdón de nuestros
pecados reconciliándonos con Dios, y en su resurrección nos
dio la esperanza de la vida eterna. Que nada nos impida continuar dando ese mensaje.
Sergio Eduardo Ibáñez