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Ya no sabemos qué hacer...

Proverbios 29:17 “Corrige a tu hijo y te dará descanso, y dará alegría a tu alma”.

Viene a la consulta un matrimonio joven. Se les nota en la cara la angustia, el desconcierto y en el cuerpo el agotamiento. Comienza la señora a relatarme que su hija de diez años se encapricha muy a menudo, que no hace caso, que no quiere ir al colegio ni hacer la tarea. Además ha estado ocultando los cuadernos de comunicaciones y el boletín. Se lo pasa en su habitación conectada solo a su computadora y celular. Se enteraron que se ha estado ausentando del establecimiento educativo y contestando mal a los docentes. Ya no quiere ir más a la escuela dominical. "Todo es una lucha, todo es una lucha con esta nena.” La gota que derramó el vaso fue haber descubierto en el celular de la niña una foto de ella muy maquillada y en actitud provocativa...

Luego de descartar causas orgánicas y sucesos traumáticos en la exhaustiva entrevista a los padres, vamos ahondando en la historia de vida de esta niña. Las entrevistas aportan tanta información: detalles ínfimos que a otra persona se les puede escapar, pero que al psicólogo no, si oye con atención.

Y así ahondando y ahondando, la madre angustiada comienza a recordar que estas actitudes de rebeldía no son de ahora, ya a la precoz edad de un año la nena siempre se las ingeniaba para salirse con la suya. El papá también abrumado va aportando algún detalle para agregar a la narración.

Va contando que el primer berrinche fue por un juguete carísimo e inaccesible para su economía doméstica con el cual la niña se encaprichó, y que los padres le compraron para no escucharla y cedieron. Pero ya antes, ella misma de bebé le tiraba de los cabellos a la mamá como una gracia y ellos se lo festejaban. Hasta que un buen día la mamá se enojó y la nena aún más y cedieron.

En otras oportunidades la nena no se quería ir a dormir hasta muy entrada la noche, ni quería comer su cena o pedía lo que no había o bien no quería sentarse a la mesa y entonces la madre la corría con la cuchara para alimentarla. Tampoco se quería higienizar ni cepillar los dientes. Así sucesivamente van desglosando su relato de caprichos, actos de rebeldía, malas contestaciones, manipulaciones, llantos, berrinches, pataletas, etc., etc. Y reconocen que terminaban siempre cediendo por temor a un escándalo en público o a la vergüenza enfrente de los amigos y familiares. "YA NO SABEMOS QUÉ HACER!" solloza la mamá, preocupadísima por esta foto de su nena que la aterra y desvela.

Obviamente la nena estaba queriendo decirles algo a los padres, algo más del consabido "Préstenme atención" . Lo que la nena estaba pidiendo eran límites. Y límites firmes y contundentes. Boundaries, en inglés. Me gusta esta palabra en inglés porque tiene otras connotaciones. Límites no es tan solo un borde, una frontera, ni tampoco se refiere tan solo a restringir o acotar. Poner límites se trata de sujetar y de ceñir. Poner límites es un acto de amor y de cuidado.

Es crucial para un niño (y adulto) tener límites. Cuando no se tienen límites se cree que todo se puede, que no hay sanción. Cuando no se los tiene se los busca redoblando la apuesta y tomando conductas temerarias. Cuando un niño no tiene límites, aunque resulte paradójico, se siente más expuesto y vulnerable.

Un "NO!" a tiempo, un abrazo contenedor, una actitud adulta de parte de los padres es lo que necesitan nuestros hijos. No necesitan "padres/ pares"; no necesitan padres permisivos ni padres que están en conflicto con su propia autoridad. No requieren de papás que se contradicen y discuten entre ellos para, a veces, "apañar" a su hijo, o llenar un vacío, o quizás poner en este hijo las propias necesidades, decepciones, frustraciones, deseos y proyectos. Lacan decía que "El síntoma del niño es el síntoma de la pareja parental." Sería bueno preguntar-se qué pasa con estos padres, qué pasa con esta pareja. ¿Por qué no se puede ejercer la autoridad (no autoritaria) paterna?

Nuestros hijos necesitan padres que prediquen con el ejemplo, padres que los guíen, escuchen, amen, acompañen y pongan límites. Como nuestro Padre Celestial.

Me gustaría que leyéramos una vez más el texto con el que inicié este relato… “Corrige a tu hijo y te dará descanso, y dará alegría a tu alma”.