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Juguemos

" Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse ..." Eclesiastés 3:12

Estamos construyendo un castillo de arena y juntando caracolitos para decorarlos. Mi sobrina nieta de 5 años corre entusiasmada, yendo y viniendo con conchillas, algunas enteras, algunas partidas. Yo me sumo a su alegría contagiosa y así estamos, concentradas en terminar nuestro castillito, cuál juego de naipes, que se desmorona cada vez que una ola arremete.

Pero no importa empezar de nuevo, hacemos que nos enojamos y bufamos contra el mar insolente y continuamos de nuevo felices, porque de eso se trata: de un juego.

Una nena que nos observa me pregunta: "¿Puedo jugar con Uds.?" y le respondo que sí, como no, mientras los padres no tengan problemas.

Un poco a disgusto de mi sobrina, que quiere la exclusividad, se integra esta nena en el juego. Al cabo de un rato, se suma la hermana menor.

Así, saltando como canguros sobre la arena mojada, en medio de risas terminamos el castillo para finalmente mirarnos con picardía y brincar sobre la construcción de fantasía.

"¡Qué divertido, hagámoslo otra vez!"

"Oh, no, yo ya me canse. Sigan Uds. mientras yo las veo."

"Qué, ¿no sos la niñera?" me pregunta una de las nenas desconocidas.

La pregunta me desconcierta. Por un lado me halaga que crea que sea tan joven como para ser la niñera y por el otro lado me obliga a pensar: ¿solo las niñeras juegan con los chicos?.

Aclarada la relación y parentesco, continúan las niñas jugando mientras yo observo a los padres. La madre esta anquilosada en una reposera boca abajo, quizás dormida, quizás somnolienta. El padre leyendo la sección deportiva de un diario, apenas levanta la vista.

Se hace la hora de irnos y nos retiramos en medio de las habituales quejas: “¡justo ahora!”.

Me quedo pensando. Pensando en que yo era una desconocida. Pensando en que en ningún momento los padres se acercaron a mí para ver quién era esta persona que jugaba con sus nenas. Podía ser una traficante de niños o una perversa.

Pensando y mirando alrededor, noto que muchas parejas jóvenes con prole también se " desatienden de sus hijos".

Están de vacaciones, de acuerdo. ¿Acaso los padres no se deben un merecido descanso?. ¿ Esta mal que los hijos se entretengan solos un rato?.

Nada de eso, todo lo contrario, no me mal interpreten.

Pero quizás ¿no es también el momento de disfrutar y jugar con los hijos, aprovechando el tiempo que no se pudo compartir durante el año?.

El juego para el niño es muy importante y más aún, con sus padres. Es una forma de saber que es amado, tenido en cuenta y ayuda a su autoestima. Desarrolla su creatividad, su inteligencia y hasta ayuda a dominar ciertos temores.

¡Hay tanto para escribir sobre el juego de los pequeños, tanto se ha escrito ya!.

Desde Freud hasta otros psicólogos más actuales se han referido al tema de la importancia de una relación cariñosa y afectuosa con los hijos, a través del juego.

Donald Winnicott, psicólogo y pediatra inglés decía: "Es en el juego y solo en el juego que el niño o el adulto son capaces de ser creativos y de usar la totalidad de su personalidad; y solo al ser creativos el individuo se descubre a sí mismo."

Una encuesta recientemente publicada por La Dirección General de Desarrollo Familiar de la ciudad de Buenos Aires dice que apenas la mitad de los padres deciden aprovechar las vacaciones familiares y disfrutar más con sus hijos, yo diría de sus hijos.

Solo el 35% de los encuestados afirman que comparten pasatiempos en familia durante las vacaciones.

Por supuesto que los papis también se merecen descansar y relajarse. Habrá que buscar un equilibrio entre el momento de ocio de uno y el momento tan ansiado por los pequeños para jugar con los padres.

Dejar de lado el celular, desconectarse momentáneamente de cuanta tecnología exista y jugar a la pelota o al Frisby.

Me resulta absurdo estar en la playa y jugar un juego virtual por celular.

¿Acaso no es mucho más fascinante, divertido e imaginativo jugar con otros?.

Ahora entiendo por qué mi sobrina, que apenas veo un par de veces al año, no se quería desprender de mí en nuestra despedida.

Aún resuena en mis oídos : "Gracias tía por jugar conmigo".

Juguemos y honremos a los hijos que el Señor nos dio.