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A las palabras no se las lleva el viento...

Mas de una vez escuché decir: “a las palabras se las lleva el viento”. Seguramente también escuchaste o tal vez hasta usaste esta frase tan conocida. Pero lamento decirte que no es así.

Me gustaría que pensáramos por un momento en la importancia que encierra la palabra dada al otro. Hay una palabra que sale de alguien y hay una palabra que es recibida por alguien.

En primer lugar pensemos entonces en aquellas expresiones que salen de nosotros. Hagamos un repaso sincero de nuestras conversaciones, del lenguaje que utilizamos. Cada una de las palabras que salgan de tu boca, hablarán de tu persona, te dibujarán tal cual eres, mostrarán cual es la fuente de la que bebes diariamente. Una fuente de rencor, de odio, de mentiras, de groserías o una fuente de vida eterna, que hará que tus palabras sean sencillamente buenas. Esa diaria comunión con tu Señor marcará la gran diferencia. La biblia nos enseña que de la abundancia de nuestro corazón, hablará nuestra boca. Así que te invito a que cada vez que abras tu boca para decir algo, puedas tener en cuenta lo que acabamos de leer.

En segundo lugar analicemos el impacto que generan nuestras palabras en quienes nos están escuchando. Frente a nosotros podremos tener personas de distintas edades, pero como ya sabes, este espacio está especialmente dedicado a aquellos que trabajan con la niñez, por eso quisiera que pensemos en los efectos de nuestras expresiones en un niño. ¿Quién de nosotros no tiene al menos un niño frente suyo en algún momento del día? Puede ser tu sobrino, tu nieto, tu hijo, tu vecino o tu alumno. Esa criatura estará atenta a lo que le digas y tomará tu palabra junto con tu gesto en forma literal. Quizás alguna vez hayas usado vocablos no apropiados, frases como “sos un tonto”, “haces todo mal”, “siempre haces lo mismo, nunca vas a cambiar” y otras tantas expresiones de este tipo. Aunque pienses que estas palabras se las lleva el viento, te digo que no es así. Por el contrario, quedarán clavadas en la mente y en el corazón del que te está escuchando y por lo tanto colaborarás para bien o para mal en el desarrollo de la personalidad del que este escuchándote. La biblia nos exhorta a que nuestras palabras sirvan para edificar al oyente. Una expresión humillante dejará en el niño la horrible sensación de que en realidad él es así, tal cual se lo expresaste.

Pedí al Señor cada mañana, que Él pueda usar tus palabras para llevar bendición a todo aquel que ponga en tu camino durante ese día. Como dice Efesios 4:29: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.”

Dios te bendiga y guarde.